La novela de la que hablaré en el día de hoy es “Cuando los guayacanes florecían”, de Nelson Estupiñán Bass. La elección de este libro ahora no es azarosa pues considero que guarda relación con el que comenté hace hoy dos semanas, “Juyungo”. Guarda relación porque ambos denuncian los abusos que sufren los negros en la provincia ecuatoriana de Esmeraldas así como la inmensa corrupción de los poderosos (“Cuando los guayacanes florecían” profundiza aún más en este tema a lo largo de los capítulos finales). Aunque la obra de Adalberto Ortiz se publicó con anterioridad a la de Estupiñán Bass, los hechos que narra son posteriores.
“Cuando los guayacanes florecían” nos habla de la revuelta conchista de principios del siglo XX, un suceso que tiene una cuestionable trascendencia histórica pero que ha sido muy utilizado por los novelistas esmeraldeños, aún cuando fuera sólo como telón de fondo. Tras el asesinato y posterior arrastre por las calles de Quito del cadáver de Eloy Alfaro uno de sus afines, el coronel Carlos Concha Torres, levantó en armas la provincia de Esmeraldas. Batallones de negros pobres armados con machetes se enfrentaron durante un par de años a las tropas regulares enviadas por el gobierno para sofocar la revolución. Luchaban por la libertad de los esclavos (aunque el concertaje ya había sido abolido se seguía practicando en las grandes haciendas de todo el país) y por la mejora de la calidad de vida de los desheredados.
Los primeros capítulos de esta novela engañan hábilmente al lector. Idealizan a los sublevados conchistas, que reclutan a sus soldados con discursos y no a la fuerza, que liberan conciertos y afirman luchar por un futuro mejor para sus hijos. Las tropas gobiernistas, por su parte, son retratadas como una panda de bandidos sanguinarios que saquean las ciudades que toman y que roban, violan y torturan a civiles inocentes. Cuando ya creemos que el autor va a ponerse completamente del lado de los soldados de Concha, la revolución se va pervirtiendo. Los oficiales cometen las mismas tropelías que sus homónimos rivales y no dudan en convertir a los alzados en cuatreros para asegurarse una fortuna cuando todo acabe.
Desde el principio de la novela Nelson Estupiñán juega al despiste. Comienza reproduciendo la proclama del coronel Concha, justificando su levantamiento, para, acto seguido, insertar un texto del historiador Óscar Efrén Reyes donde culpa en parte a dicha revuelta del atraso de la provincia.
Un personaje que representa claramente la ambivalencia a la que juega el autor es el de don Rodrigo Medrano de Pereira y Quezada, un criollo que llega a Esmeraldas en mitad de la guerra para hacer fortuna. Aparece ya hacia la mitad del libro y el autor hace un retrato amable de él:
Era muy amante de la libertad y partidario de la pureza del sufragio, sin intervención del Gobierno. Saludaba y sonreía con el mismo afecto a grandes y pequeños, a blancos y negros.
¿A que cae bien? ¿Verdad que no parece una descripción irónica? Pues después de generar estas expectativas el personaje termina siendo el mayor hijo de puta de todos los que se apelotonan en este libro. Y son unos cuantos.
Una vez que fracasa la revolución es cuando la novela se muestra más encarnizadamente cruda. El mundo que queda después es, incluso, peor que el que había antes. Los conciertos libertados tiene que volver a sus dueños y los pobres son estafados y encerrados en presidio por las mismas autoridades. Son tantas y tan dolientes las arbitrariedades que quedan registradas en estos capítulos que consiguen despertar la indignación del lector. Quiero creer que son exageraciones y no experiencias observadas por el lector en su niñez, pero me temo lo peor.
“Cuando los guayacanes florecían” funciona muy bien como novela de denuncia, mas como obra literaria también resulta ejemplar. La construcción es muy correcta, intercalando capítulos que, a modo de mosaico, van relatando los hechos desde diferentes perspectivas. Las descripciones, a su vez, son muy sutiles. A pesar de la tentación que siempre supone la selva para un prosista, el autor da preferencia a la acción y a los diálogos (estos últimos especialmente cuidados).
Si tuviera que señalar algún aspecto mejorable de la obra sería que, siendo una novela coral, hay pocos personajes que destaquen. Aunque cada uno tenga un pasado propio (que a menudo es relatado), la mayor parte de ellos son indistinguibles unos de otros. También entiendo que esto es consecuente, pues el autor lo que pretende es mostrar la opresión de todo un segmento de la sociedad.
En definitiva, una gran novela y un necesario retrato de la corrupción en el país.
Profesora: Josefina Martínez
Estudiante: Melissa Estupiñan Preciado
Curso: 1 "A" Informatica
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Me ayudo mucho, muchas gracias
ResponderEliminargracias sopla pingas
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